Reposted from Beth's blog, a story in Spanish and translated below.
Ella casi no la ve: la mujer encorvada, cubierta de mantas casi parece como un montón de basura apoyándose contra el café. Es una de las noches oscuras y frías de Winnipeg y ella se ha envuelto la cara con una bufanda. Se ensimisma, pensando en el fin de semana pasado cuando alojó en su casa a una joven misionera. Hacía sólo dos meses que había asistido a la iglesia cuando hicieron un anuncio pidiéndole a alguien que proporcionara una habitación por una noche para una oradora invitada, una misionera, así que ofreció su casa. Sabía que no tenía mucho que ofrecer, pero ella podía ofrecerle su cuarto y así ella compartiría con su hija adolescente.
Ella esperaba que no le importara a la misionera que ella fumaba, que los amigos de su hija fumarían yerba en el balcón, que tenía más gatos de lo que debería. Trataba de hacer algo para cenar, a pesar de que el día sería un día largo de trabajo. Cuando llegó a casa, se dio cuenta que no había tenido tiempo de lavar los platos de ayer, pero no había tiempo para hacerlo ahora ya que había que cocinar algo para la misionera invitada.
Fue una comida sencilla, la conversación fue ligera y somera. Ella se preguntaba si la misionera estaba satisfecha. Observaba que la misionera parecía incómoda.
(La misionera era alérgica a los gatos; y tenía una aversión fuerte al desbarajuste. A ella no le molestaba la suciedad en los países en vías de desarrollo, pero ella no podía comprender porque esta mujer canadiense se había ofrecido a hospedarla el fin de semana sin haber limpiado la cama. ¡Qué ejemplo de hospitalidad!)
Actualmente cuando la mujer hospitalaria camina esas calles de Winnipeg, perdida en estas preocupaciones, se recuerda de algunas palabras que una vez leyó:
Veía cómo los ricos echaban dinero en el arca de las ofrendas. Vio a una viuda pobre, que echó dos monedas de muy poco valor y dijo:
— Les aseguro que esta viuda pobre ha echado más que todos los demás. Porque todos los otros echaron como ofrenda lo que les sobraba, mientras que ella, dentro de su necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.
La mujer hospitalaria y generosa cruza hacia el montón en la acera, dejar desaparecer su inquietud propia.
¿Puedo invitarle a un café y un sándwich? — pregunta.
Las dos mujeres se sientan juntas en la acera, se comulgan, comparten historias, comparten sus vidas. Aprenden la una de la otra.
En el camino de vuelta a su casa desordenada, la mujer hospitalaria reflexiona sobre las palabras de la mujer pobre que llama a las calles, su hogar:
Cada mañana me levanto y doy gracias al Creador.
¡Qué ejemplo de gratitud!
What an example!
She almost doesn't see her; the hunched over woman covered in blankets almost looks like a pile of garbage leaning up against the coffee shop. It's one of those dark, cold Winnipeg nights, where she has her own face wrapped up tight in a scarf. She was also lost in her own thoughts, thinking about last weekend when she hosted a young missionary in her home. She had only been going to church for a couple of months when they made an announcement asking for someone to provide a room for one night for a guest speaker missionary so she offered her home. She knew she didn't have much to offer, but she could offer her bedroom and share with her teenage daughter.
She hoped that the missionary wouldn't mind that she smoked, that her daughter's friends would probably be doing pot on the balcony, that she had more cats than she probably should. She would try to make something for dinner, even though the particular day would be a long one at work. When she got home she realized she hadn't had time to do the dishes from yesterday, but there was no time to do them now—she had to cook something for the missionary guest.
It was a simple meal, conversation was light and superficial. She wondered if the missionary was happy. She noticed that the missionary seemed uncomfortable.
(The missionary was allergic to cats; and she had a strong aversion to clutter. Dirt in the developing world didn't bother her, but she couldn't understand why this Canadian woman would offer to put her up for the weekend, but not take the time to clean off the bed! What an example of hospitality?!)
Now as the woman walks those Winnipeg streets, lost in those worries, she recalls some words she read once:
Looking up, he saw the rich putting their gifts into the temple treasury. He also saw a poor widow put in two very small copper coins and said, “I tell you the truth, this poor widow has put in more than all the others. All these others gave their gifts out of their wealth; but she out of her need put in all she had to live on.”
The hospitable and generous woman is now going over to the pile on the sidewalk, leaving her own preoccupation to disappear. “Can I buy you a coffee and sandwich?” she asks. The two women are now sitting together on the sidewalk, communing, sharing stories, sharing lives. Learning from one another.
On her way back to her disorderly home, the hospitable woman reflects on the words she heard from the poor woman who calls the streets her home: “Every morning I wake up and give thanks to the Creator.”
What an example of gratitude!
Thank-you for this good reminder, Beth.
ReplyDelete¡Tambien, gracias por reminding me that I have mucho to apprender with the Español!